No lo puedo evitar. Cada vez que veo algo que me recuerda a una persona, pienso en ella. Pero es que es siempre, es automático. Sin querer he hecho relaciones entre personas y cosas, y esa gente se me viene a la cabeza en cuanto mismo veo algo como, por ejemplo, un mostrador lleno de quesos, o cuando veo infusiones o panes de pipas, o cuando compro galletas saladas, cuando veo guisos de bote, o gente haciendo mountain bike. Pero hay una cosa curiosa que hace que me acuerde mucho de mi padre: las monedas de dos euros. A mi padre -- ya para quien no lo sepa lo destapo aquí -- le encantan las monedas de dos euros. Bueno, a todos nos gustan, pero a él más, de una manera especial. Raro es el día que no va dos o tres veces a la caja y hace lo siguiente: plac, plac, plac -- imaginaos el sonido al coger las monedas de la caja arrastrándolas con el dedo por la rampa que tienen los huecos de las monedas en las registradoras --, y se va andando ahí todo contentillo mientras zurre las monedilla