Mientras los huéspedes de la pensión El Tío los Pollos duermen plácidamente, se me ha ocurrido desde mi destierro Napoleónico en la Isla de Elba --el balcón donde salgo a fumar-- escribir una entrada para este blog. Y es que hemos pasado un par de días en la maravillosa ciudad de Praga, urbe llena de magia y encanto, y repleta de rincones dignos de cualquier párrafo de los libros de Kafka. Ante todo dar gracias a los elementos por habernos dejado disfrutar de Praga en todo su esplendor. Nos ha hecho un tiempo radiante y hemos podido deleitarnos de los colores y la luz cautivadora de una ciudad que te retrotrae a épocas pasadas, y te teletransporta un par de siglos atrás en el tiempo, envolviéndote en una atmósfera de cuento digna de una ciudad monumental.
Nuestra aventura comenzó a las siete de la mañana del viernes. Quien me conozca sabe que prácticamente es mi hora de dejarme abrazar por los brazos de Morfeo, pero “el que algo quiere algo le cuesta”, así que bien temprano fuimos al aeropuerto de Tegel a recoger un flamante Focus la señorita Evelyn Turner, el Tío los Pollos y un humilde servidor. El coche estaba dotado no de uno, sino de dos graciosos compañeros que nos harían el viaje más sencillo: dos navegadores GPS de última generación. En pocos segundos configuramos la ruta y respondieron: "¡¡Recalculando!!".
El Tío los Pollos se puso a los mandos del vehículo, yo dispuesto a ser el mejor Luis Moya y la señorita Turner se acomodó en el asiento trasero, ya pensando en el sueñecito reparador del que iba a disfrutar mientras nosotros departíamos sobre la necesidad de girar hacia derecha o izquierda, o la suma de dinero que deberíamos abonar si nos cazaba el radar por el exceso de celo en llegar a Praga.
El viaje en sí duró como unas cuatro horas, pero este largo camino merecería la pena con creces. Nada más entrar a la ciudad vimos unas graciosas señales de tráfico de la europa del este que no entendería ni el mismísimo Mijail Gorbachov. Entre ellas, una preciosa. Una cámara de fotos antigua de lo más currada que no sabíamos si era un lugar digno de echar una foto, un monumento al que ir a visitar, o una sesión de fotos o pase de modelos de algún modisto local. La bonita señal al final resultó ser... ¡¡el radar!! Esperemos que la tarjeta de crédito de la que nos tomaron los datos no eche humo en unos días, y la bonita señal de la cámara de fotos no nos salga cara.
Ya en Praga Centro, y mientras el gps recalculaba y recalculaba debido a que el alcalde de la ciudad debe ser primo o pariente cercano de Gallardón, nos dimos cuenta de que algunos de los monumentos tienen más mierda que el palo de un gallinero y lucen de un color negro como el tizón. El tema del presupuesto para limpiar y restaurar lugares dignos de interés se lo están gastando en obras. Mientras observábamos aquellas obras de arte llegamos al Hotel Julian en un periquete.
Una vez dejados los bártulos en el hotel, seguimos las instrucciones del amable recepcionista y nos dispusimos a dejarnos guiar por las líneas del vetusto tranvía en dirección al río Moldava --Vitava en checo-- en dirección al puente de Carlos, Karlov Most, arteria turística principal de la ciudad que une el barrio de la Ciudad Vieja con la zona de Mala Strana.
Una vez ya en el puente de Carlos vino a nuestras mentes el recuerdo de Roma y uno de los puentes que lleva al vaticano, debido a la similitud de ambos y a la retahíla de estatuas de santos que lo flanquean a ambos lados. Situado en el centro del puente, mires a derecha o izquierda, las imponentes torres decoradas con banderolas te sumergen en otra época y le confiere un aire medieval que embriaga y emociona al visitante, a la par que le invita a elegir. Nosotros nos decantamos en continuar nuestro paseo hacia la zona del Reloj Astronómico (Old Town) dejando para otro momento la visita forzada a Mala Strana.
El paseo por las calles de la ciudad vieja te deparará un sinfín de pequeñas plazas y recovecos de lo más ameno. Simplemente dejándote guiar por la marea humana te sumergirás en la ciudad casi sin darte cuenta. Lentamente y absorto por la cantidad de tiendas que hay en cada calle llegarás a un pequeño mercadillo repleto de miles de baratijas, abalorios, juguetes, fruta fresca, brujas, marionetas y un largo etcétera en el que hacer una pausa antes de llegar a la Plaza de Wenceslao, no sin antes haber disfrutado en la plaza del Reloj Astronómico. Este reloj es extremadamente original, incluyendo los símbolos del zodiaco entre otro detalles. Cada hora en punto un esqueleto hace sonar las campanas mientras un mecanismo hace que unas figuras de santos aparezcan en unas ventanitas a ambos lados del reloj. Al terminar el mecanismo, un soldado comunica la nueva hora haciendo sonar una trompeta, el cual permite al soldado ir comunicándose con cada una de las torres de Praga, las cuales hacen sonar sus trompetas a modo de respuesta de forma encadenada, como si se tratara de fichas de un dominó que van cayendo.
Por otro lado a la izquierda del puente de Carlos encontramos el barrio de Mala Strana, el cual envuelve un enorme parque e incluye una serie de calles repletas de tiendas situadas a los pies del impresionante castillo. En un corto ascenso podrás encontrar seguramente las mejores vistas de la ciudad de Praga, y tras visitar el castillo, durante la bajada puedes encontrar una zona de viñedos en los que disfrutar de una copa de vino. Cabe destacar también que uno de los platos típicos es el Gulasch, una especie de estofado de pollo, cerdo o ternera, ligeramente picante y acompañado de patatas y pimientos.
Ya al oscurecer la ciudad se ilumina y su encanto se multiplica a la orilla del Moldava, inundando de romanticismo la noche y dotando a Praga de un paisaje y vistas sin igual. Personalmente es una ciudad para una escapada de fin de semana, ya que en un par de días podrás empaparte de la esencia de la capital de la República Checa y disfrutar de su encanto sin igual.
Nuestra aventura comenzó a las siete de la mañana del viernes. Quien me conozca sabe que prácticamente es mi hora de dejarme abrazar por los brazos de Morfeo, pero “el que algo quiere algo le cuesta”, así que bien temprano fuimos al aeropuerto de Tegel a recoger un flamante Focus la señorita Evelyn Turner, el Tío los Pollos y un humilde servidor. El coche estaba dotado no de uno, sino de dos graciosos compañeros que nos harían el viaje más sencillo: dos navegadores GPS de última generación. En pocos segundos configuramos la ruta y respondieron: "¡¡Recalculando!!".
El Tío los Pollos se puso a los mandos del vehículo, yo dispuesto a ser el mejor Luis Moya y la señorita Turner se acomodó en el asiento trasero, ya pensando en el sueñecito reparador del que iba a disfrutar mientras nosotros departíamos sobre la necesidad de girar hacia derecha o izquierda, o la suma de dinero que deberíamos abonar si nos cazaba el radar por el exceso de celo en llegar a Praga.
El viaje en sí duró como unas cuatro horas, pero este largo camino merecería la pena con creces. Nada más entrar a la ciudad vimos unas graciosas señales de tráfico de la europa del este que no entendería ni el mismísimo Mijail Gorbachov. Entre ellas, una preciosa. Una cámara de fotos antigua de lo más currada que no sabíamos si era un lugar digno de echar una foto, un monumento al que ir a visitar, o una sesión de fotos o pase de modelos de algún modisto local. La bonita señal al final resultó ser... ¡¡el radar!! Esperemos que la tarjeta de crédito de la que nos tomaron los datos no eche humo en unos días, y la bonita señal de la cámara de fotos no nos salga cara.
Ya en Praga Centro, y mientras el gps recalculaba y recalculaba debido a que el alcalde de la ciudad debe ser primo o pariente cercano de Gallardón, nos dimos cuenta de que algunos de los monumentos tienen más mierda que el palo de un gallinero y lucen de un color negro como el tizón. El tema del presupuesto para limpiar y restaurar lugares dignos de interés se lo están gastando en obras. Mientras observábamos aquellas obras de arte llegamos al Hotel Julian en un periquete.
Una vez dejados los bártulos en el hotel, seguimos las instrucciones del amable recepcionista y nos dispusimos a dejarnos guiar por las líneas del vetusto tranvía en dirección al río Moldava --Vitava en checo-- en dirección al puente de Carlos, Karlov Most, arteria turística principal de la ciudad que une el barrio de la Ciudad Vieja con la zona de Mala Strana.
Una vez ya en el puente de Carlos vino a nuestras mentes el recuerdo de Roma y uno de los puentes que lleva al vaticano, debido a la similitud de ambos y a la retahíla de estatuas de santos que lo flanquean a ambos lados. Situado en el centro del puente, mires a derecha o izquierda, las imponentes torres decoradas con banderolas te sumergen en otra época y le confiere un aire medieval que embriaga y emociona al visitante, a la par que le invita a elegir. Nosotros nos decantamos en continuar nuestro paseo hacia la zona del Reloj Astronómico (Old Town) dejando para otro momento la visita forzada a Mala Strana.
El paseo por las calles de la ciudad vieja te deparará un sinfín de pequeñas plazas y recovecos de lo más ameno. Simplemente dejándote guiar por la marea humana te sumergirás en la ciudad casi sin darte cuenta. Lentamente y absorto por la cantidad de tiendas que hay en cada calle llegarás a un pequeño mercadillo repleto de miles de baratijas, abalorios, juguetes, fruta fresca, brujas, marionetas y un largo etcétera en el que hacer una pausa antes de llegar a la Plaza de Wenceslao, no sin antes haber disfrutado en la plaza del Reloj Astronómico. Este reloj es extremadamente original, incluyendo los símbolos del zodiaco entre otro detalles. Cada hora en punto un esqueleto hace sonar las campanas mientras un mecanismo hace que unas figuras de santos aparezcan en unas ventanitas a ambos lados del reloj. Al terminar el mecanismo, un soldado comunica la nueva hora haciendo sonar una trompeta, el cual permite al soldado ir comunicándose con cada una de las torres de Praga, las cuales hacen sonar sus trompetas a modo de respuesta de forma encadenada, como si se tratara de fichas de un dominó que van cayendo.
Por otro lado a la izquierda del puente de Carlos encontramos el barrio de Mala Strana, el cual envuelve un enorme parque e incluye una serie de calles repletas de tiendas situadas a los pies del impresionante castillo. En un corto ascenso podrás encontrar seguramente las mejores vistas de la ciudad de Praga, y tras visitar el castillo, durante la bajada puedes encontrar una zona de viñedos en los que disfrutar de una copa de vino. Cabe destacar también que uno de los platos típicos es el Gulasch, una especie de estofado de pollo, cerdo o ternera, ligeramente picante y acompañado de patatas y pimientos.
Ya al oscurecer la ciudad se ilumina y su encanto se multiplica a la orilla del Moldava, inundando de romanticismo la noche y dotando a Praga de un paisaje y vistas sin igual. Personalmente es una ciudad para una escapada de fin de semana, ya que en un par de días podrás empaparte de la esencia de la capital de la República Checa y disfrutar de su encanto sin igual.
Muchas gracias bro por tu entrada en el blog. Me hacía mucha ilusión que participaras en él. También gracias a ambos por el viaje, y por lo bien que nos lo pasamos.
Gracias a ti por habernos acogido en la Pensión "El Tío los Pollos" y po haber sido un compañero de viaje excelente, espero k no te hayamos dado muxo el follón!!!
ResponderEliminarCuñaoooooooo, gracias a ti por este fantástico viaje!!! nosotros también lo pasamos muy bien, aunque sí que es verdad que te dimos un poco el follón, jejejjejeje.... disfruta de tus últimos días en Berlín, el domingo nos vemos en el Pozo!!!!!!! Besosss
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