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Tacheles: un icono caído (y II)

Prosiguiendo con la visita a Tacheles, vamos a meternos dentro a investigar un poco a ver lo que hay.


Lo primero que nos encontramos son unas escaleras. Las paredes no presentan hueco posible en el que se pueda poner tu nombre o pintar lo que sea, ya que están completamente pintarrajeadas y escritas. Quizá un garabato cualquiera aislado en una pared no tenga mucho sentido y quede feo, pero esos miles de garabatos, uno al lado del otro, forman una especia de mural que queda bastante bonito, sobre todo como fondo de una foto que viene a ser típica entre todos los visitantes que vienen a verla.

Lo peor de esta parte: el olor a pipí. Creo que más de un cerdo o cerda se dedica a mear en la parte de abajo cuando está de fiesta por la calle, o simplemente cuando va a visitar la casa. Eso, juntado con que allí no ha entrado fregona en varios años, pues la cosa macera y aquello huele que alimenta. Sólo es una de las escaleras, por suerte.


Conforme subes las escaleras puedes entrar en los talleres de los artistas que allí trabajan. No sé cuántos habrán, pero son unos cuantos. No pasa nada si entras y te das una vuelta para salsear un poco en su trabajo. No te dicen nada, principalmente porque la mayoría de ellos ofrecen parte de su trabajo que puedes comprar, ya sean obras de arte o recordatorios producidos a gran escala. De algo tienen que vivir.


Seguimos subiendo y nos encontramos con el cine. Esta parte es inconfundible, ya que el terciopelo rojo de las paredes te envuelve nada más entrar allí. En la actualidad, esta parte está más dedicada al tema de bar que al de cine, aunque siempre es agradable pasarte por allí a tomarte algo.


Finalmente, en la parte de arriba encuentras la parte más comercial. Desde recordatorios de la casa hasta láminas de un artista entre cuyos cuadros -- allí expuestos -- podemos encontrar uno en el que parte del collage la componen unos huesos de conejico frito y algunos desperdicios más. Tiene su gracia, la verdad, aunque da un poco de asco si lo piensas mucho. También hay un estudio de tattoos, y algunos puestos de marroquinería bastante curiosa: hacen pulseras, colgantes, y otro tipo de bisutería con tenedores antiguos.


En definitiva, merecía mucho la pena darse una vuelta por allí y beberse una cerveza en la parte de atrás mientras comentabas lo que te había parecido la visita. O a echar un ping-pong mientras degustabas un maravilloso latte-macchiato recién hecho, y donde siempre había algún turco disponible para retarte, y bastante ciego como para no ganarte -- vaya repaso el de aquel día. La verdad es que sigue mereciéndola, aunque ya no sea la mismo. Aunque ya se hayan vendido casi del todo.

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