Ir al contenido principal

Tío feteles

Me has pillado de improviso. Pensaba contártelo cuando llegara... pero bueno, te lo adelanto por aquí. Siempre a veces tan impaciente, aunque tus motivos tendrás, y esta vez sí que los entiendo más que nunca. Aquí te cuento un poco sobre estos tres meses en Berlin, a modo de resumen.

Para empezar, resultó ser verdad que el frío tampoco era para tanto. Más de una vez te conté que me habían dicho que no me preocupara demasiado por este tema, pero no me lo terminaba de creer. Al final me sobró ropa de abrigo, y ahora cargado para España para hacer el cambio de temporada. La cuestión era abrigarse bien y no pasar demasiado tiempo en la calle, cosa difícil para nosotros. Te mentiría si alguna vez no he echado de menos un sillón como el tuyo, ahí con su par de manticas y la estufica enfrente, sobre todo cuando venía con los pies como el mármol.

El trabajo al pelo, abuelo. Hago lo que quiero y soy mi propio jefe. Estos alemanes son dedicados, currantes y buenos en sus cosas, aunque nada de lo que asustarse. Casi desde el primer día tengo libertad de movimiento, ya que aquí más que en ningún sitio soy dueño de mis ideas. Además, siempre tengo compañeros y compañeras que me ayudan y me proporcionan lo que necesito cuando lo necesito, así que nada de lo que quejarse. Por otra parte, esto no es la panacea como pensamos desde España. Aquí las cosas también están difíciles, sobre todo para la gente que no tiene ningún título o escasa formación profesional. Además, Berlin es una ciudad de las más pobres de Alemania -- aunque no lo parezca -- y el trabajo no es que abunde.

Y respecto a la vida aquí, pues qué te voy a contar que no sepas. Sé que preguntas mucho y que te llegan las noticias. Amigos, alterne, viajes de aquí para allá, vueltas con la bici, esto es un no parar. Creo que lo mejor de la ciudad no son los monumentos -- que son bastantes y algunos de ellos preciosos --, sino vivirla. Ir de un sitio para otro, buscar rincones de los que te han hablado alguna vez, y poder tomarte una cerveza o tumbarte al sol -- o ambas cosas a la vez -- cuando te apetezca, con quien te apetezca, y en el sitio que te apetezca. La cultura del "tú haz lo que te dé la gana, pero sin molestarme ni a mí ni a los demás" está bien instaurada, y la verdad es que en muchos momentos se agradece. Aquí la gente suele ser más educada y respetuosa, aunque a veces -- sobre todo a los nativos -- les falta algo de "salsa", de gracia, por decirlo de alguna manera.

También he encontrado un par de bares buenos para ver el fútbol. Esa tradición que empecé de pequeño contigo no la he perdido, y menos aquí en Alemania, donde lo más español que me queda es el fútbol -- bueno, y ese trozo de salchicha "prensá" en el armario que se merece un altar. Lo malo: aquí no hay tapicas de ensaladilla como aquellas que nos comíamos en el Forraje los domingos por la tarde. Tampoco hay Bitter KAS. Lo bueno: puedo decir burradas de vez en cuando y descargarme, porque la mitad del personal no me entiende. Todavía me acuerdo del "no digas nada, porque como alguien te conteste me lo como" y de aquel gol de Giovanni que subió tu tensión, y también la mía. Lástima no haber visto al Murcia dándole guerra al Madrid o al Barça, aunque creo que nací demasiado tarde como para sentir esos colores de verdad.

Por cierto, no paro de ver Mercedes antiguos por aquí. Parece una religión -- ¡¡Dios nos salve, Mañas!! --, ya que los dueños y dueñas salen todos los domingos de buen tiempo a lucirlos en procesión. Cada vez que veo uno me acuerdo de ti y de la abuela, dando viajes a Garrucha a ver a los primos, y pegándome pescos con la Almu en el asiento de atrás. Cómo le soplabas al coche ¡artista!, y bien que respondía el joío. Todavía me acuerdo de la cinta de Farina debajo del apoyabrazos, aquella en la que salía con un gorro cordobés torcido. Todo un clasicazo... te gustaban los grandes. A ver si lo arreglo -- lloverá bastante mientras, lo sé -- y nos damos una vuelta ahora que puedes montarte conmigo. Te prometo la primera, pero nada de ponerme la mano en la palanca de cambios, que me llevas siempre en tensión.

Bueno, ya voy terminando, que luego dicen que me enrollo. Me han dicho que has pasado por mi casa a preguntar por mí. Que te has comido un palo -- aunque sepas que el palo te lo mereces tú -- y que te has ido al bar a ver a las payas sin esperarme. Bueno, esta vez te lo perdono, pero prométeme que te lo pasarás bien hasta que yo llegue. Es como si te estuviera viendo. Pinchete, camisa por dentro, manos en la parte de atrás de la cintura. Olor a colonia todavía húmeda, en tu cara tus gafas de poli malo, y tarareando tu canción esa que no tenía principio ni final, pero que nunca perdía la melodía. De postre un par de tortas en la cara -- con cariño, claro -- con ese par de manos ásperas con olor a limón que nunca olvidaré.
Te quiero mucho, y muchas gracias, tío feteles!!

Entradas populares de este blog

El truco del almendruco

Ya tengo nueva casa. Y la verdad es que está bastante bien. Es un apartamento de 30 metros cuadrados que incluye una habitación-salón con una pequeña cocina, un hall con un armario grande y un baño separado. Aunque podéis ver las fotos, os describo un poco cómo es. Cuando entro tengo como un hall con un armario, y desde el que puedo acceder al baño y a la habitación.  El baño es bastante amplio, y tiene una bañera en vez de ducha. La habitación es como un salón en el que hay un sofá que realmente es la cama. Hay una gran alfombra que engloba la zona de la cama, una mesa central -- de alta como una mesa de café -- y un escritorio. Luego, en un rincón, una cocina pequeña pero que tiene de todo: mesa para comer con dos sillas, frigo, horno, kettel, cafetera, utensilios de cocina varios y un armario escobero. Respecto al barrio, a pesar de que está algo lejos del centro y tener que depender del transporte público, está bastante bien. A menos de un minuto andando tengo: tres superm

Potsdam express

Nos sentamos en el S-Bahn. Cristina saca de su bolso un paquetito de papel aluminio y lo abre. Justo como le encargué: tres trozos de bizcocho y unas cuantas onzas de chocolate. Merendamos por el camino porque no hay tiempo que perder, ya que tenemos sólo unas 4 horas para ir a Potsdam y visitar la ciudad. Junto a nosotros dos bicicletas preparadas para la aventura, porque a mi juicio, visitar Potsdam en bicicleta tiene muchas ventajas, sobre todo la de no tener que andar "una parvá kilómetros". Potsdam es una ciudad barroca muy cercana a Berlin --a poco más de 25 kilómetros-- la cuál ha sido escenario de grandes momentos de la historia del mundo. Se trata de una ciudad llena de palacios y atracciones históricas, y donde tres cuartas partes son espacios verdes. Se sitúa al lado del río Havel, y posee alrededor de 20 lagos y ríos. Nada más llegar a la estación bajamos las bicicletas del tren y nos dirigimos hacia la puerta principal. Después un rato viendo para dónde de

Punto y seguido

Acabo de montarme en el avión. Ya está todo entregado, mochilas y chaqueta arriba, cascos en la oreja, y equipaje facturado tras pagar 120 euros de sobrepeso de equipaje. Si a todos los extranjeros les timan lo mismo que a mí­, no me extraña que vaya tan bien Alemania. Se me escapa un suspiro mientras cierro los ojos. De cansancio quizá. Llevo toda la noche sin dormir. La mitad de ella de jarana, disfrutando mis últimos minutos en Berlí­n con los pocos amigos que ya quedan aquí­, y descubriendo uno de los bares que más me ha gustado desde que estoy aquí­, el White Trash , en la parada del U de Rosa-Luxemburg-Platz ( aquí ) ¡¡Hay que joderse, el último día!! Me despido de ellos. Me marcho andando bajo la lluvia que nos ha estado acompañando durante muchos días de Julio. Esa lluvia que cae a la vez que tus amigos suben fotos al Facebook de paellas en Mojácar, y revolcones en la arena de Las Higuericas. ¡Eso es sincronización, y lo demás son tonterí­as! Mientras ando sigo desarrollando un