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Tolerante por defecto

Paco y Celia llevan unos cuatro días aquí, pero ya antes de venir me avisaron de que la fiesta de hoy no nos la podíamos perder. "Por supuesto que no", les respondía siempre. Y es que hoy es el Christopher Street Day, o lo que viene a ser el Día Internacional del Orgullo Gay, el cuál en Berlin también se celebra por todo lo alto. Una vez los bocadillos y las cervezas en la mochila, nos acercamos al punto de encuentro donde se supone que los demás debían de estar esperando.


Una vez nos encontramos todos, y después de algunas decenas de minutos andando con una orientación casi nula mientras nos guiábamos por el ruido del desfile, encontramos nuestro sitio. A los pies de la mismísima Diosa de la Victoria montamos el campamento base. Cientos de jóvenes y no tan jóvenes tirados en el césped de aquella redonda aguardaban la llegada del desfile para, una vez allí, acompañarlo hasta su destino: la Puerta de Brandenburgo.

La cabeza del desfile acaba de alcanzarnos. Abriendo la cabalgata nos encontramos a tres personajillos que no dejan indiferente a nadie, y cuya ya madura edad era directamente proporcional a la escasez de tela en los bikinis que portaban. Detrás de ellos una "rubiaza" con vestido rojo cabalga rodeada de los que parecen sus fieles escuderos, ya que sus tacones la elevan hasta más de los dos metros de altura, dejando a los demás en un segundo plano.




Ya llegan los camiones. Un buen montón de trailers que ya quisiéramos tener para nuestras carrozas vienen por la calle arriba como un grupo de gusanos procesionaria. Alrededor de cada uno de ellos un grupo de gente sostiene un cordón que marca una barrera imaginaria que ninguno de los espectadores puede atravesar. Dentro de cada uno de ellos, miles de watios de sonido hacen que el suelo retumbe mientras el extasiado personal de los camiones baila, insinúa, y alguno que otro enseña. Algunos de ellos aprovechan para lanzar su merchandising; es el escaparate perfecto. 



Entre todas las carrozas veo una que me sorprende. La verdad es que casi todas me sorprendieron, pero ésta fue en otro sentido. Es una carroza del partido de la Merkel, que para quien no lo sepa, su partido se llama Unión Demócrata Cristiana de Alemania. Entonces tú vas y te sorprendes, y te preguntas a ti mismo qué hace una carroza de este partido en todo este tinglado. Entonces de repente piensas: ¿y por qué no? ¿Por qué tenemos que asociar un rechazo a unos colores o nombres de partido político? ¿Por qué tenemos esa idea en la cabeza? Entonces me quedé reflexionando --la cerveza todavía me lo permitía-- mientras la carroza más recatada del desfile, donde una treintena de jóvenes agitaba globos azules, se alejaba en dirección a la Puerta de Brandenburgo.


Y es que el hecho de que esté esta carroza en este desfile tiene una doble lectura, al igual que la tiene con muchas otras carrozas más. No sé si ya lo habré dicho en alguna de las entradas antiguas, pero al poco de llegar a Berlin me di cuenta muy rápido de que aquí, todo lo que huele a nazi, huele a mierda --con perdón--. Y es que parece ser que la intolerancia y la prohibición excesiva no tienen cabida en la sociedad alemana, donde supongo que cualquier detalle como éste podría ser utilizado como arma arrojadiza contra cualquiera, sobre todo cuando un puñado de votos están en juego. Un simple ¿te acuerdas de...? sería suficiente para mentar la bicha. Ser tolerante, suficiente para callarla.


Llega la noche y los camiones ya no pueden avanzar. Se han convertido en discotecas móviles repartidas por toda la avenida 17 de Junio, las cuales nos permiten seguir la fiesta unas cuantas horas más. Más hacia la Puerta de Brandenburgo se encuentran casetas con comida y un escenario. La fiesta acaba a horario berlinés: la una de la mañana. Y la fiesta sigue en los cientos de locales repartidos por todo Berlin. Pero sólo nos quedan fuerzas para repostar en los puestos de comida y volver a casa, que a la mañana siguiente volvía a levantarse un largo y agotador día.

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